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22 de junio de 2011

Pablo Salazar y La Venganza Politica

Miguel Angel Granados Chapa



MÉXICO, D.F. (Proceso).- Pienso que quizá hay dos Pablo Salazar Mendiguchía. El que yo conozco no es el que está recluido en El Amate, procesado por varios delitos patrimoniales. Si sólo hay una persona que responde a ese nombre, entonces no me cabe duda de que se trata de un preso político, víctima de una venganza que ejerce no sólo quien lo sucedió en la gubernatura de Chiapas. Salazar Mendiguchía ha sido condenado a pagar la culpa de intentar romper el dominio priista en esa entidad.

Para tener clara idea de quién es el hombre sujeto a proceso por un delito presumiblemente cometido hace cinco años, hay que recordar quién es, de dónde viene y hacia dónde encaminaba sus pasos, demasiado joven para retirarse definitivamente de la actividad política. Nacido el 9 de agosto de 1954, apenas cumplirá 57 años, buena edad para volver al Senado, lo que se supone estaba tratando.

Salazar Mendiguchía salió de su Chiapas natal para estudiar derecho en la Universidad Autónoma de Puebla (que entonces no ostentaba su calidad de Benemérita). Su decisión de estudiar allí estuvo ligada a su fe religiosa. Pertenecía a una confesión evangélica, la Iglesia del Nazareno, que sostenía importantes iniciativas de educación en Puebla, a las que se acogió el joven estudiante cuyo título profesional quedaría años más tarde en entredicho. Al volver a Chiapas, con sólo 24 años de edad empezó su carrera pública como subprocurador de Justicia. Un lustro más tarde fue director jurídico de la Secretaría de Educación del Estado, encabezada por Javier López Moreno. Luego fue vocal ejecutivo del Instituto Federal Electoral en Chiapas, aunque no permaneció largo tiempo allí, debido a que el aparato central de esa institución nombró funcionarios a reconocidos alquimistas electorales con quienes Salazar estaba moralmente impedido de colaborar.

El 1° de enero de 1994 apareció en San Cristóbal de las Casas y otros municipios de la Selva Lacandona el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, cuya efusión estremeció al país y obviamente a Chiapas, que fue situada en el centro de la geopolítica nacional. Se hizo preciso un ajuste en las relaciones de poder local, y López Moreno fue designado gobernador interino. Nombró secretario de Gobierno a su antiguo director jurídico, y juntos iniciaron las tareas de pacificación y reconciliación que se desprendían del diálogo por la paz encabezado por Manuel Camacho y el obispo Samuel Ruiz.

Salazar sirvió sólo unos meses en la Secretaría de Gobierno, pues fue impulsado a una senaduría. En Xicoténcatl desplegó su talento y activismo político, en el ámbito nacional (como integrante del Grupo Galileo, que sin éxito se propuso renovar la acción legislativa y partidista) y en el local. Salazar integró con prohombres como Heberto Castillo y Luis H. Álvarez la Comisión de Concordia y Pacificación que, tras promover la Ley para la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas, tomó un papel protagónico en los diálogos entre el zapatismo armado y el gobierno federal. A despecho de la negligencia e irresponsabilidad del presidente Zedillo y su secretario de Gobernación Emilio Chuayffet, aquella comisión legislativa transformó los Acuerdos de San Andrés en una iniciativa de reforma constitucional que llevó su nombre. Desdeñada por Zedillo, Fox la hizo suya pero no fue capaz de llevarla adelante, lo que hubiera ahorrado zozobras al país y consolidado al primer presidente panista como la gran figura de la transición.

Todo ello preparó a Salazar para irse del PRI y denunciar sus insuficiencias y corruptelas en Chiapas. Tres gobernadores en un solo sexenio no fueron capaces de recomponer el tejido social, como lo había exigido la sola presencia del EZLN. Al contrario, dos de ellos, Julio César Ruiz Ferro y Roberto Albores Guillén, cometieron tropelía tras tropelía, con barbarie crecientemente peor, y hartaron a la sociedad chiapaneca (no sólo a los pueblos originarios), que buscó una alternativa en la candidatura del senador ya expriista. Con entusiasmo y habilidad, Salazar construyó la más amplia alianza opositora reunida jamás, y con ella derrotó al PRI en agosto de 2000, a pesar de que este partido presentó la buena candidatura de Sami David.

Comenzó entonces la titánica, peligrosa y en alguna medida frustrada empresa de desmontar el aparato de dominación priista. El gobernador lo hizo a través del combate a la corrupción, que implicó procesar a muchos funcionarios y afectó intereses como los de alguna prensa que vivía de los sobornos gubernamentales, que no eran magros. El director de Cuarto Poder, Conrado de la Torre, quien se dijo perseguido por Salazar y murió fuera de su tierra, en su casa de Miami, tras vivir una temporada en su propiedad de la Ciudad de México (como correspondía a una “empresa consolidada bajo el cobijo del PRI y de gobiernos estatales”, según apreciación de Isaín Mandujano), ha cobrado, desde su tumba, el papel de gran víctima del gobierno salazarista.

A su labor, histórica e inconclusa, de desmantelar el sistema priista, Salazar adosó un programa de gobierno que lo condujo a zonas de penumbra y aun oscuridad coexistentes con la brillantez de una gestión que buscaba remediar los estragos de la guerra sucia emprendida por el gobierno federal contra los zapatistas, a través de Ruiz Ferro y Albores. Sin duda Salazar cometió errores, pero las más de las veces los remedió, en su momento o con posterioridad. Su presencia en el funeral del obispo emérito don Samuel Ruiz, en enero pasado, no fue objetada ni desdeñada por el entorno del Tatic, lo que probó que los eventuales desencuentros entre ambos fueron superados.

Otros yerros de Salazar consistieron en intervenir en asuntos propios de los partidos. Llegó a tener influencia considerable, y aun desmedida, en la socavada estructura del PRI y en la contradictoria del PRD. En pos de construir su propio poder, aliándose a personas más que a grupos, alentó la carrera de Juan Sabines, a quien prohijó para que fuera diputado local y alcalde de Tuxtla. Erró al desplazar de su cercanía a Emilio Zebadúa, quien lo acompañó en la primera mitad de su sexenio como secretario de Gobierno, para lo cual renunció al IFE. Otro gallo hubiera cantado a Salazar si hubiera impulsado a Zebadúa hacia la posición que concedió a Sabines; Zebadúa había encarnado con Salazar la esperanza de una verdadera transformación en Chiapas.

El cuervo creado por Salazar Mendiguchía está sacándole los ojos. No entraré en los pormenores de su actual situación, porque en estas páginas fueron expuestos cabalmente por Isaín Mandujano. Recordaré solamente que la veleidad de Sabines, surgida de su desbordada ambición de poder y fortuna, delineó desde hace más de dos años el destino de Pablo Salazar. En enero de 2009, lo desposeyó de la escolta que le daba seguridad, conforme a la ley. La reemplazó por un amenazante y aparatoso cerco de vigilancia que estorbaba los pasos del exgobernador: 10 patrullas (con cuatro hombres cada una) y nueve motocicletas (con un par de tripulantes para cada una) lo vigilaban de cerca. Escribí entonces en la Plaza Pública: “No abriré la boca sorprendido si un día de estos se anuncia la detención del exgobernador Pablo Salazar Mendiguchía, ordenada por el gobernador Juan Sabines Guerrero, que lo es por efecto de decisiones de Salazar Mendiguchía en su favor”.

Este año el hostigamiento a Salazar ofreció a Sabines una cortina de humo para ocultar el multimillonario endeudamiento en que su administración ha incurrido, que sustenta su escandalosamente dispendioso gasto propagandístico. Cada vez más hostil, la campaña de difamación contra Salazar, a quien se imputó el imposible robo de 11 mil millones de pesos dirigidos a mejorar la condición de los damnificados por el huracán Stan, culminó con el asalto armado a su oficina en Tuxtla, donde almacenaba 50 mil folletos a punto de ser distribuidos para desvirtuar documentalmente la peregrina acusación de su sucesor. Tan peregrina es esa imputación, que el gobernador no se atrevió a acusarlo formalmente por ese motivo, siendo que dispone de un fiscal que en último término depende de él y de la docilidad del juez penal que dictó auto de procesamiento contra Salazar. Lo hizo tras establecer un récord digno del libro de Guinness: en 48 horas leyó las 21 mil páginas de que consta la averiguación previa, desarrollada no con sigilo, sino en secreto (es decir, sin notificar al afectado que estaba en curso).

Pablo Salazar Mendiguchía tuvo el atrevimiento de derrotar al PRI e intentar el desmantelamiento de sus estructuras de poder. Hoy está pagando caro esa osadía. Es un preso político.


Fuente: Revista Proceso

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